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Separar la historia de Villar del Buey y de sus pedanías es tarea difícil ya que van de la mano de la comarca de Sayago y los textos que poseemos no son muy abundantes. Por lo tanto, vamos a intentar explicarlo a grandes rasgos empezando por decir, que al igual que el resto de la península ibérica, su origen es mucho más lejano de lo que nos pensamos.
Tenemos constancia de que ya en el neolítico existieron diversos asentamientos en la comarca. De ellos aún perduran, por nombrar alguno, Buraco del Diablo, Cachas del Culo, Las Jarrinas y el Rincón de las Cabañas en Fermoselle, la Casa del Grelo en Mámoles, la Cueva del Valcuevo en Torregamones, la Cueva de los Moros en Almeida, las Hornajuelas de Peñausende, el Castro de Fornillos y los Catrilluzos de Fariza.
Su situación aventajada con respecto a otras, la cercanía a los ríos Duero y Tormes y la profusión de rocas, hicieron que fuera un lugar de asentamiento para familias y ganados y eso lo demuestra que lusitanos, astures, vettones y vacceos tuvieron influencia directa en Sayago, aunque no se sabe a ciencia cierta cuál fue la pertenencia de Sayago ya que hay vestigios de todos ellos.
Fue muy común el asentamiento de las aldeas y ciudades en lugares denominados “castros” de los que los más significativos son: los Castillos (Pereruela), Peña Redonda (Villadiegua), Torrieca del Castiello (Torregamones), Fraguas (Cozcurrita), San Miguel (Pinilla), el Castillo, la Botija, Tabanera y Olleiros (Fermoselle), Rita Becerro (Roelos)… por nombrar alguno de ellos.
De la época de los romanos nos queda la leyenda de Viriato, caudillo lusitano al que se le atribuye su nacimiento en Torrefrades, donde incluso se conserva su casa y las calzadas romanas que hicieron de la zona un lugar de tránsito constante.
De ellas, las más importantes fueron las calzadas romanas de Torregamones, que controlaba el cruce de las calzadas Mirandesa y Ledesma, Torrefrades, cruce de las calzadas procedentes de Pasariegos, Cibanal, en la que se diversificaba la calzada de Fermoselle, Pereruela, lugar de bifurcación de la calzada mirandesa.
Después hubo una época de calma en la que los sayagueses consiguieron una estabilidad en todos los ámbitos de su vida diaria, basando su economía en la ganadería, la agricultura y la artesanía, que en aquellos tiempos estaba en pleno desarrollo (herrerías, molinos y aceñas, telares, curtidoras, caza y pesca, trashumancia…). Hasta que la Reconquista llegó al país y Sayago quedó dividida en dos zonas por una línea que seguía, aproximadamente, la carretera que va de Zamora a Fermoselle.
La Edad Media trazó la separación de clases y lo que ello conlleva. De aquella época, nos quedan los “rollos”, una especie de columnas que se elevaban en la plaza y que eran símbolo de poder.
Al igual que en el resto de Zamora, esta última época es muy propicia para el arte, sobre todo a la hora de elaborar iglesias. Es la época del Románico, aunque en la comarca sayaguesa no existe ni un solo templo que sea totalmente románico, ya que sobre las construcciones originales se han realizado ampliaciones, añadidos o reformas.
Son edificios sencillos, de pequeño tamaño y una única nave que presentan una gran sobriedad decorativa. Tienen planta rectangular y sus suelos suelen estar cubiertos de lanchas sepulcrales.
El gótico, prácticamente, les pasó de largo por falta de apoyos económicos y, aunque se conserva una amplia colección de pinturas murales renacentistas, no fue hasta el Barroco que hubo un aprovechamiento de una tendencia artística.
Ya en el siglo XX se facilitan las comunicaciones con Portugal, Aliste y Salamanca mediante la construcción de carreteras, la situación de barcas por puentes de hierro y de piedra, lo que hace que vuelva a ser el punto estratégico que anteriormente había sido.
La llegada de la electricidad hace que la zona se rodeé de embalses y que, debido a la mecanización del campo, la emigración de los más jóvenes hacia Europa provoque un abandono notable de los lugares.
Como curiosidades históricas de Villar del Buey, baste decir que estuvo bajo la dependencia de la Orden de Santiago, a quien pasó por donación del rey Fernando II y que aún conserva entre sus calles pedazos de esa historia ya olvidada para todos.
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